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“...Aquellos felices, infelices, lejanos días, se me antojan ráfagas de una libélula trémula y veloz...”

Walter de la Mare (Memorias de una enana, 1921)

Me gustaría descubrir aquí el talento de algún desconocido, subrayar de forma pionera la maestría de un escritor inédito o de uno que haya sido sólo valorado por un círculo de iniciados. Sin embargo, haré exactamente lo contrario. Constataré algo que para muchos resulta una obviedad, Roberto Bolaño es uno de los autores indispensables de la literatura contemporánea. Ya se dijo infinidad de veces y, no obstante, es cierto. Evitando circunloquios, si aún no lo has leído, compra, roba o pide prestado, con urgencia, alguno de sus libros.  

 

Hay ciudades musicales, inteligentes, ilustradas, apasionadas, oscuras o luminosas, luego está New York. Inefable, dura como el acero, persistente como la roca, nueva Roma y, por lo tanto, eterna. Hipnótica y a la vez hostil. Magnética gracias al cine, pero definitivamente inalcanzable. Babilonia moderna. Meca de la cultura contemporánea. Los Mets, Little Korea, Union Square, Washington Bridge, el Madison Square Garden, el Flatiron Building, Little Ukraine, el Carnegie Hall, los Knicks, Superman, el Lincoln Center, los Yankees, la comida étnica, el NYPD, Times Square, el Hudson, Grand Central Terminal, la Estatua de la Libertad, los hot dogs. Los millonarios, los homeless. Todo en la misma bolsa.

 

Buenos Aires es la ciudad en la que nací y en la que pasé buena parte de mi vida. Seguramente por eso me resulta complicado, y a la vez necesario, escribir sobre ella. Algunas de sus calles forman parte de mis recuerdos fundamentales. Esos que me hacen ser quien soy, los constitutivos de mi identidad. La plaza a la que iba cuando era chico. El salón de fiestas infantiles del barrio. El trayecto por la avenida hasta el colegio. La esquina en la que besé aquella novia. Los viajes en colectivo. Las manifestaciones, los recitales. Toda aquella educación sentimental fundida en fragmentos de geografía porteña. 



 

 

Desde el principio me pareció una insensatez, un despropósito mayúsculo y un derroche injustificado de energía. La típica ocurrencia de jóvenes que no piensan demasiado antes de embarcarse en algún disparatado plan y mucho menos en sus posibles consecuencias. Paul insistía en que se trataba de un programa entre amigos, Sebas pensaba lo mismo y yo estaba seguro de que era una locura más allá de la amistad. Quizás por todo ello, no les costó demasiado convencerme.



 

 

La infancia atraviesa como un hilo de plata todos mis días. Los que dedico al recuerdo y los que se gastan en otros asuntos pero que son asaltados de manera imprevista por un retorno furtivo hacia el origen. Supongo que uno de los efectos secundarios de ir envejeciendo es preguntarse por el pasado; ¿cómo era mi personalidad a los cinco años?, ¿y a los siete o a los nueve?, ¿cuál era el nombre de aquel compañero de pupitre en la primaria?, ¿adónde fuimos aquel verano del 83?



 

Lost in La Mancha es el nombre de un entretenido documental, dirigido por Keith Fulton y Louis Pepe, que cuenta las desventuras que atravesó Terry Gilliam y su equipo de filmación cuando se propusieron hacer una película del Quijote de la Mancha. El proyecto de Gilliam, con rodaje  en España, nunca pudo terminarse y quizá algo tenga que ver el carácter misterioso de la región de La Mancha. 

En el barrio de las Injurias

En Madrid, vivo cerca del que en tiempos remotos se conocía como el barrio de las Injurias. Nombre perfectamente literario para una zona delimitada entre el actual Paseo de las Acacias y el de Yeserías, no lejos de Pirámides ni del Vicente Calderón, estadio del Atlético de Madrid...

Por suerte, y esta es la segunda impresión que quería compartir, en mi barrio y sus proximidades no todo es desesperación. También pueden verse las venas llenas de savia de la inmigración. 

En el barrio de las Injurias

Supongo que por razones de la edad, los conciertos de rock ya no me despiertan la pasión de antes. Sin embargo, tenía grandes expectativas de asistir al  que ofrecería Manu Chao en Rivas Vaciamadrid. El precio de las entradas resultaba asequible por lo que no me costó demasiado trabajo convencer a un amigo para que se sumara a mi inusual propuesta....

La MELANCOLÍA es uno de los nombres de la literatura, una de sus posibles fuentes y, a su vez, también una de sus frecuentes manifestaciones.
Aristóteles decía que todos los hombres excepcionales son melancólicos, mientras que Charles Baudelaire, en 1877, apuntaba en su Diario​, «he encontrado la definición de belleza. Es algo de ardor y de aflicción, […] de voluptuosidad y de tristeza, que conduce a una impresión de melancolía, de lasitud, hasta de saciedad»...

La callejuela que lleva el nombre del autor de Las cosas  y La vida: instrucciones de uso queda en la denominada “campagne à Paris” que forma parte de esos espacios secretos que guardan las ciudades antes de que las hordas bárbaras de turistas los descubran, fotografíen e invadan.
Ejerciendo el dulce y perezoso oficio del flâneur en este pequeño barrio de casas residenciales, emplazado en una zona elevada del XXe arrondissement, uno tiene la sensación de volver al París de finales del siglo XIX, cuando en la colina de Montmartre aún era posible ver molinos, huertas y animales de  campo, junto con sus calles de tierra ​anegadas por la lluvia...

En 1929, Roberto Arlt daba a conocer en Buenos Aires, a través de editorial Latina, su obra Los siete locos y entre sus variopintos personajes desfilaba el Rufián Melancólico. Miembro de una sociedad secreta dirigida por El Astrólogo y en la que participan  Remo Erdosain, un pícaro sin amor por el dinero y bastante holgazán a la hora de concretar sus deseos, El hombre que vio a la Partera y otros ilustres secuaces tales como Barsut...

Greenwich, barrio del sureste de Londres, a orillas del Támesis, y a media hora del centro, es conocido en todo el mundo por la línea del meridiano del mismo nombre que lo atraviesa y por la fama de tres de sus edificios históricos: la Queen’s House, el Real Observatorio y la Antigua Escuela Naval Real.

La residencia vacacional de la aristocrática familia Ocampo, en la localidad bonaerense de San Isidro, fue una especie de sucursal del Círculo de Bloomsbury en Latinoamérica. A partir de la década de 1940, la mansión se convirtió en el domicilio estable de Victoria Ocampo y en el lugar de reunión de algunos de los intelectuales, artistas y escritores más importantes del siglo XX. La mayor de las Ocampo, escritora al igual que su h​ermana Silvina, recibió allí las visitas de  Graham Greene, Albert Camus, André Malraux, Aldous Huxley, Le Corbusier, Octavio Paz, Gabriela Mistral, Pablo Neruda, Maurice Ravel, Walter Gropius o el poeta bengalí Rabindranath ​Tagore. Desde comienzos de los años ’30, con la fundación de la editorial y revista Sur, Victoria Ocampo se había convertido en la promotora y artífice de un proyecto cultural-intelectual que congregó a las plumas de Oliverio Girondo, Eduardo Mallea, Bioy Casares, Jorge Luis Borges y José Ortega y Gasset, entre muchos otros...

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