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En el barrio de las Injurias. Lo bello

Por suerte, y esta es la segunda impresión que quería compartir, en mi barrio y sus proximidades no todo es desesperación. También pueden verse las venas llenas de savia de la inmigración. Muy cerca del corazón de la antigua Villa de Madrid, ha crecido la vida y pueden verse niños, niñas de diferentes colores y etnias corretear por parques como el del Casino de la Reina, el del Campillo del Mundo Nuevo o el del Rastro abajo junto al Paseo de la Esperanza. Son espacios de tolerancia y respeto mutuo, sólo alterado por incidentes menores y poco frecuentes. Un sitio agradable, en el que los vecinos mantienen la costumbre de saludarse. Propicio, incluso, diría yo, para criar a un hijo en condiciones.

Paquistaníes, magrebíes -en su amplia mayoría de origen marroquí-, indios, bengalíes, malayos, latinoamericanos -sobre todo colombianos y ecuatorianos-, filipinos, europeos del este y africanos subsaharianos de multitud de países, conviven en tranquilidad y armonía. De la China ha venido un pulmón incansable de trabajo. Las tiendas regentadas por chinos abren entre las 9 o 10 de la mañana y la medianoche de forma ininterrumpida. Trabajan todos los miembros de la familia y en el caso de los menores sin que ello implique desatender sus obligaciones escolares. Son amables y eficaces en el trato con los clientes. En ocasiones les toca lidiar con algún borracho sin dinero o con la prepotencia de algunos macarras de cotillón, esos que andan con zapatillas deportivas, tatuajes y equipos de chándal futbolístico. Son los mismos que se la pasan fumando porros recostados sobre los capós de sus coches tuneados, o paseando a sus Pit Bulls o sus Rottweilers mientras acarician el culo de alguna chica. El director Bigas Luna se asomó  a esta tribu urbana en su película “Yo soy la Juani”, para mostrar sus botellones en los parkings de polígonos industriales, su culto en clave erótica a los motores y otras necedades por el estilo. Pues bien, un chino desde el mostrador de su tienda debe soportar estoicamente las bravuconadas de estos quinquis sin perder la compostura, sin usar la violencia y, sobre todo, sin perder dinero. Los chinos aportan, desde el luego, el mensaje idealista del esfuerzo junto con el afán racionalista por el progreso. A los que trabajan debajo de mi casa, jamás les he visto de mal humor o con un mal gesto. Está de moda decir que en unos años manejarán el mundo y que sus costumbres se harán universales, como en otro momento lo fueron la de los estadounidenses. Hacer predicciones es fácil, lo complicado es que se cumplan. En todo caso, da para pensar. 

El multiculturalismo ha transformado la fisonomía urbana de Embajadores y Lavapiés gracias a  la apertura de locales Doner Kebab, teterías con cachimbas o restaurantes latinos como La Poderosa o el Oro Verde. Lo interesante del caso es que lugares míticos como la mantequería Andrés, la Freiduría de Gallinejas -un típico plato madrileño- o las tabernas con sus fieles parroquianos han mantenido su espíritu. Sé que en estos tiempos de crisis volverán a soltarse alegremente argumentos en contra de la inmigración y que éstos producirán paranoias y fantasmas. Ojalá que no resulte políticamente rentable para nadie la falsa idea de que una sociedad homogénea está mejor preparada para afrontar su destino, es decir, el follón económico. Lo último que se necesita es que aparezcan brotes verdes de la extrema derecha.   

Por último, y para quienes se interesen por el patrimonio arquitectónico o sencillamente disfruten mirando, la zona cuenta con edificios a los que merece la pena echarles un vistazo.  El edificio Parque Sur (1935), de estilo racionalista y levantado en los tiempos de la II República como instalación municipal, en el Paseo de la Chopera.  El antiguo Matadero y Mercado de Ganados, construidos entre 1908 y 1928, y hoy sede de un centro cultural. La Fábrica de Tabacos (1790) de la calle Embajadores, donde funciona actualmente el centro social autogestionado La Tabacalera. Frente a ésta, la antigua sede de la Facultad de Veterinaria (1881), ejemplo de arquitectura neomudéjar, o el curioso Instituto Farmacéutico del Ejército levantado en los años ´20 del siglo pasado. 

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