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El Desencanto

Desencanto, aburrimiento, desilusión. Conocer a una familia como la de los Panero supone explorar las zonas más recónditas de la psique humana, aquellas en las que el alejamiento del parámetro de la normalidad nos pone en evidencia la arbitrariedad y fragilidad de éste. La tenue línea divisoria entre la locura y la genialidad.

La maravillosa película-documental El Desencanto (1976), dirigida por Jaime Chávarri, narra la historia de los miembros de una familia a través del testimonio que ellos mismos ofrecen. La particularidad reside en que los Panero no se parecen en nada a una familia convencional. Conciben sus existencias como una obra de arte que debe ser puesta en escena. De ahí que con gestos teatrales y entre diálogos absolutamente inverosímiles, vayan ofreciendo al espectador anécdotas de la infancia, juicios disparatados aunque perentorios, ajustes de cuenta, resentimientos y hasta muestras de una extraordinaria cultura e inteligencia irónica. Todas son máscaras que van tejiendo un mito. En muchas ocasiones ríen, a veces por los motivos más terribles o escatológicos. Son excesivos y desbordantes, magníficos y patéticos.
El escenario de los testimonios es un enorme chalé lúgubre del siglo XIX. Calle Ibiza nº 35, muy cerca de la Catedral de Astorga en León. Habitaciones plagadas de muebles antiguos, recuerdos y bibliotecas. Suenan constantemente fragmentos de la sonata para piano D-959 de Schubert.
Los personajes despliegan sus parlamentos en un clima decadente, cargado de humo y casi en penumbras. Algunas escenas son filmadas en una casona de campo abandonada que fue la finca familiar en Castrillo de las Piedras. Corazón de la comarca de la Vega del Tuerto.
El relato gira en torno a una ausencia, la del padre. El gran Leopoldo Panero había fallecido en 1962, doce años antes de que comenzara el rodaje, ya convertido en un prócer de las letras españolas del siglo pasado. Insigne poeta y miembro de la Generación del 36, se lo asocia con la corriente de poesía arraigada.
Leopoldo Panero (1909-1962) contrajo matrimonio con Felicidad Blanc (1913-1990) y tuvieron tres hijos, Juan Luis (1942), Leopoldo María (1948) y Michi (1951-2004), los dos mayores también poetas.
En la narración de la historia familiar, el papel central está en manos de Felicidad. Un personaje delicioso que combina lo naif con el absurdo y la seducción. Se trata de una hermosa mujer que en cada intervención recita una letanía poética totalmente impostada acerca de la vida, el destino y sus contradicciones. Felicidad es dueña de una sensualidad pícara, en la misma línea de Gena Rowlands en A woman under the influence (1974) y Opening Night (1977). 
Juan Luis, el mayor de los hermanos, tiene arrebatos histriónicos que resultan memorables. La va de transgresor irritante, impenitente. Se la pasa bebiendo, fumando y despotricando, presa de la ciclotimia y la paranoia.
Michi es el niño terrible de la casa, el travieso con cara dulce. Provoca a su madre con preguntas incómodas y luego sonríe como si fuera una criatura incapaz de matar una mosca.
El Desencanto podría definirse como el retrato cáustico de la familia Panero pero en esa constelación de outsiders adorables, la figura de Leopoldo María es como un puñal rajando la tela, prendiéndola fuego. Según su biógrafo, J. Benito Fernández, él sería algo así como el Antonin Artaud español.   
Su irrupción hacia el final de la película arrasa todos los esquemas y le convierte en su auténtico protagonista. Es el poeta maldito de su generación. Poeta de la verdad y el abismo por antonomasia. Cayó en prisión por su militancia antifranquista y su fascinación con la izquierda radical. Estudiante de Filosofía y Letras en la Universidad Complutense de Madrid y Filología Francesa en la Universidad Central de Barcelona. Politoxicómano y alcohólico. Pasó largas temporadas en manicomios hasta su ingreso permanente en el Sanatorio Psiquiátrico de Las Palmas de Gran Canaria.
De acuerdo con el testimonio de Felicidad, su hijo Leopoldo María escribió el primer poema con tres años y medio luego de un trance místico. Esa madre, odiada-amada, confiesa que todos los mayores estaban preocupados por el tono dramático y oscuro de los poemas escritos por el pequeño. Sus primeras estrofas estuvieron dedicadas al apocalipsis: “los libros hablaban y hablaban, pero Dios iba diciendo pronto se acabará el mundo”.
El siguiente diálogo entre Felicidad y Leopoldo María acerca de los años escolares no tiene desperdicio:
- “Recuerdo al Padre del Colegio que un día hablándome de Leopoldo me decía que le preocupaba mucho Leopoldo y me decía «Leopoldo puede ser todo o nada»” - cuenta Felicidad.
- “Pues mira, yo creo que tenía mucha razón sobre todo en lo segundo, porque en lo que he terminado ha sido en el fracaso más absoluto. Lo que pasa es que yo creo que al final los fracasos son las más resplandecientes victorias”.- responde el poeta.
Este arlequín tremendo y desaforado va soltando  reflexiones sobre la infancia, la familia y sus vínculos que son como truenos:
- “En la infancia vivimos y después sobrevivimos”.
- “Tanto sobre la familia como de los individuos, hay dos historias que se pueden contar. Una, es la leyenda épica y otra es la verdad. La leyenda épica de nuestra familia que yo me figuro es lo que se habrá contado en esta película pues debe ser muy bonita, romántica y lacrimosa, pero la verdad es una experiencia bastante deprimente”. 
- “Yo lo que pretendo  […] es desmantelar la leyenda épica de la familia […] mi hermano Michi es un esquizofrénico, que es una cosa preciosa y por eso mi hermano Michi es un ser encantador […] El otro es un paranoico y la paranoia es bastante desagradable […] Yo creo que he sido el chivo expiatorio de toda mi familia, me he convertido en el símbolo de todo lo que más detestaban de ellos mismos […] La locura o la sinrazón o la desviación de la norma de lo que se deduce no es de la palabra sino del gesto”.
En un reportaje treinta seis años después del rodaje, el director Jaime Chávarri contaba que en un principio la película iba a tratar la figura de Leopoldo Panero pero que luego se fue transformando en otra cosa.  De hecho, el patriarca poeta sólo aparece al comienzo y al final. Se trata, en realidad, de una estatua suya envuelta en plástico antes de su inauguración en una plaza de Astorga. El padre no está, pero la saga de los Panero seguirá colgada de una rama seca en un árbol hace tiempo abandonado.

“Como el lenguaje no existe, debe instalarse como una religión y por lo tanto necesita de una casta sacerdotal que son los intelectuales, que dedican su vida al comercio del lenguaje. Y de ahí que detesten la vida y me detesten a mí mismo que la represento por excelencia. La vida, me refiero a la vida invivible, ¿no?”.

Leopoldo María Panero

 

“Lo que pienso del colegio es lo que explica porque me comportaba de esa manera […] es una institución penal en la que lo que se nos enseña es a olvidar la infancia […] yo me revelaba siempre contra esa colonización y mi principal arma era el humor…”

Lepoldo María Panero

La familia Panero

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